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¿Cómo mejorar la relación entre padres e hijos? Consejos de un experto

Mejorar la relación entre padres e hijos
Sebastián Palomo
Sebastián Palomo

Psicólogo clínico

Como en todas las relaciones familiares se presentan momentos álgidos en los que podemos terminar expresando todo lo contrario al cariño, pero ¿qué pasa cuando es una escena que se repite una y otra vez?

Sebastián Palomo, psicólogo clínico de Porque quiero estar bien, comparte algunos consejos que puedes poner en práctica a la hora de tener un conflicto con tus hijos.

¿Es posible que se genere odio entre padres e hijos?, de ser así, ¿de qué manera se expresa?

Es común que exista tensión entre padres e hijos, y/o entre cuidadores y niños, niñas y adolescentes. La crianza de un niño implica una gran cantidad de recursos mentales, físicos, sociales y económicos, que pueden generar estrés, decepción, envidia, frustración y odio. A esto hay que sumarle los temores, insatisfacciones, limitaciones y condiciones de vida que los padres han experimentado, tanto previa a la llegada de sus hijos, como en el día a día una vez ellos ya han sido engendrados o han nacido. 

Dentro de la ecuación también se deben incluir los limitados o carentes conocimientos que pueden tener los cuidadores sobre el desarrollo físico, psicológico, cerebral y social que tenemos los seres humanos, así como las creencias e imposiciones socialmente compartidas que pueden llegar a maltratar tanto a padres como a hijos. Esto puede hacer que los cuidadores tengan expectativas poco realistas sobre cómo se comportan los niños y adolescentes en sus diferentes transiciones evolutivas. 

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Finalmente, hay que tener en cuenta que muchos padres y cuidadores construyeron vínculos afectivos inseguros con sus propios cuidadores, es decir, un tipo de apego negativo en el que el niño no siente confianza en su cuidador principal y teme ser abandonado por éste. Por ese motivo su regulación emocional, autoestima, percepción de autoeficacia y su percepción sobre los demás y sobre el mundo, se han visto comprometidas. Muchos de ellos no saben cómo regular sus propias emociones desagradables dado que nadie les ha enseñado cómo hacerlo.

Todo lo anteriormente mencionado, puede influir en que se generen interpretaciones mentales perniciosas sobre los niños, niñas y adolescentes, sobre sus conductas y sus necesidades, y en que no se logre sintonizar con el mundo mental subyacente de los pequeños, lo cual puede generar sentimientos desagradables en los cuidadores. Esto se puede ver reflejado en comportamientos como la invalidación emocional, los maltratos físicos, las agresiones verbales, el rechazo físico y emocional, y el descuido y la negligencia.

Por otra parte, es común que en la adolescencia y adultez algunos hijos sientan sentimientos negativos hacia sus padres; incluso llegan a manifestar odio como producto de dichos malos tratos y de la carente o debilitada sensación de conexión, protección y apoyo por parte de quien se suponía debía hacerlo.

En resumen, si, es posible que un hijo genere sentimientos de odio hacia sus padres y/o cuidadores, sin embargo esto no ocurre sin motivos. Se puede dar cuando los hijos son víctimas de tratos violentos, tanto físicos como psicológicos y/o verbales

¿Puede ser odio lo que realmente expresan los padres?

En algunos casos sí. Si bien, en la mayoría de ocasiones los padres y cuidadores llegan a sentir enojo y frustración ante ciertos comportamientos de los menores (por ejemplo el llanto constante de un bebé, las pataletas de un infante, la falta de ganas de hacer tareas de un niño, o la aparente rebeldía de un adolescente), los factores que mencioné en la pregunta anterior pueden llevar a que emociones y sentimientos desagradables escalen, y puedan llegar a convertirse en odio.

Equilibra tus emociones y maneja los conflictos con quienes vives

En gran medida influye la autorregulación emocional del cuidador, la resignificación y, por así decirlo, la sanación de su historia de vida y de sus propios vínculos afectivos, la construcción de redes de apoyo, el planteamiento del proyecto de vida, y fundamentalmente, la percepción e interpretación que se le da al comportamiento de niños, niñas y adolescentes: puede ser realista y comprensiva, o desajustada y perniciosa… una u otra tendrán efectos diferentes en la relación padre/cuidador e hijo/a.

¿Los hijos pueden malinterpretar la forma en la que los padres regañan?

Disciplinar a un niño/a es necesario para ayudarle a adquirir herramientas y competencias cognitivas, emocionales y sociales que le permitan ser una persona considerada, sensata, capaz de tener relaciones satisfactorias consigo mismo y con otras personas, tener una vida plena; además, le permitirá comprender qué significa gestionar sus emociones, controlar sus impulsos, tener en consideración los sentimientos de los demás,  pensar en las consecuencias de sus acciones y tomar decisiones meditadas, entre otras cosas.

Sin embargo, la disciplina debe estar enfocada al aprendizaje por parte del niño/a, y no a la mera descarga emocional del adulto hacia el menor. Así pues, no se trata simplemente de gritarles, lo que deben hacer y exigirles que cumplan nuestras exigencias, sino que, según Daniel Siegel y Tina Payne Bryson (2015): la disciplina debe estar orientada a tres objetivos:

  • Lograr que los niños cooperen a corto plazo, y ayudarles a que se comporten de forma aceptable evitando conductas que no lo sean.
  • Procurarles experiencias que fortalecerán sus funciones ejecutivas para una mejor conducta y mejores destrezas relacionales a largo plazo.
  • Construir vínculos afectivos seguros.

En ese sentido, y dando respuesta a la pregunta, si las formas de disciplina que se imparten a un niño son maltratantes (como regaños con gritos, amenazas, azotes, y desvalidación emocional, entre otros), el niño claramente se sentirá herido, como cualquiera de nosotros se sentiría, dado que herir… es herir, y esto no da pie a la malinterpretación. Los malos tratos son malos tratos y causan malestar y dolor emocional (y en algunos casos físicos), a todos los niños y adultos de todo el planeta. 

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En la mayoría de las situaciones, cuando los regaños vienen acompañados sistemáticamente de hostilidad, humillación y vergüenza, los niños desarrollan algo que Siegel y Bryson (2015), denominan conciencia tóxica, la cual incluye la dolorosa sensación de que el yo interior de uno es defectuoso o está dañado, puede acompañar a los niños hasta su vida adulta y los lleva a tener problemas con relaciones íntimas, a sentirse indignos, e insatisfechos a pesar de tener éxito en la vida.

Además, nuevamente Siegel y Bryson (2015), afirman que cuando los cuidadores no están sintonizados, recurrentemente, con el mundo mental subyacente de los niños y adolescentes, y esto provoca que sus respuestas no sean contingentes sino invalidantes, se suele provocar que los menores se sientan confusos, llenos de desconfianza hacia sí mismos y que estén desconectados de sus emociones, lo que llevará a que se conviertan en adultos que sienten que sus emociones están injustificadas, que duden de su experiencia subjetiva, y que incluso tengan dificultades para saber lo que quieren o lo que necesitan.

¿Se desvanece la idea de ese amor eterno, puro y real de los padres hacia los hijos? ¿Cómo mejorar esta relación?

La evolución ha preparado a los bebés, infantes, niños y adolescentes para que manifiesten su comportamiento hacia la búsqueda de protección, cercanía y proximidad por parte de personas confiables para asegurar su supervivencia; sin embargo, estos no podrían ser efectivos si no fuera porque encajan con un comportamiento parental sensible que responda ante ellos (Bell & Ainsworth, 1972). 

De esta manera, a lo largo de las diversas experiencias interactivas cotidianas que tiene un niño con su cuidador, es la sensibilidad del cuidador (o sensibilidad parental), la clave en el proceso. La sensibilidad es la habilidad del cuidador para adaptar su conducta a la del niño, estar atento a sus señales, interpretarlas correctamente, responderlas pronta y apropiadamente, sincronizar las actividades del menor con las propias, negociar ante conflictos, ajustarse a los estados emocionales, momento evolutivo y particularidades del menor y ser fácilmente accesible tanto física como emocionalmente, (Ainsworth & Bowlby, 1991; Torres, Causadias & Posada (2014); Sroufe, Szteren & Causadias, 2014; Waters & Cummings, 2000).

Un cuidador sensible facilita la formación de un vínculo afectivo seguro, gracias a que se le ha proporcionado al niño una base segura desde la cual puede explorar y aprender, y a que el mismo sentirá que su cuidador se conecta con su mundo mental, que va a protegerlo y que va a satisfacer sus necesidades física y emocionales. Por otro lado, y de manera contraria, la insensibilidad de un cuidador prepara el camino para la construcción de un vínculo inseguro puesto que el menor no puede estar seguro de la disponibilidad física y emocional de su figura de cuidado, e incluso lo puede llegar a ver como una amenaza (Ainsworth, 1989; Ainsworth & Bowlby, 1991; Bell & Ainsworth, 1972).

¿Cómo apoyar emocionalmente a los niños en el regreso a clases?

La relevancia de estas diferencias radica en que, según autores como Waters & Cummings (2000), Torres, Causadias & Posada (2014), Bowlby (1973), y Davies & Cummings (1994), la seguridad del vínculo afectivo es crucial para:

  1. La interpretación que tenemos de nosotros mismos (autoestima, autoeficacia, el sentirnos dignos, merecedores de amor y de éxito personal, el sentirnos plenos o dañados internamente, y el sentirnos conectados con nuestras emociones o no, entre otros).
  2. La interpretación que tenemos de los demás (el poder conectar con otras personas, el ser empáticos, y el tener relaciones sociales y afectivas sanas y prósperas, entre otros).
  3. La interpretación que tenemos del mundo (por ejemplo, es un lugar hermoso para explorar o es un lugar horroroso y terrible en el que no se puede confiar en nadie).
  4. La resiliencia y el hacerle frente con eficacia y de manera competente a los problemas, retos y tensiones diarios.
  5. El bienestar emocional.
  6. La regulación emocional ante situaciones de angustia, estrés y temor.
  7. La salud física.
  8. La competencia atlética y académica, entre otros.
  9. Teniendo en cuenta lo anterior, consideró que es importante que los cuidadores promuevan la construcción de vínculos afectivos seguros con sus niños, niñas y adolescentes, experimentando una relación íntima y continuada con ellos en la que ambos hallen satisfacción y goce, y siendo responsivos ante sus necesidades físicas y emocionales.

Para ello, los cuidadores deben prestar atención a los mensajes y al comportamiento de sus chicos, interpretarlos de forma realista y bondadosa, y responder pronta y apropiadamente.

Para lograr esto es vital que los padres y cuidadores adquieran herramientas de regulación emocional, que aborden, en la medida lo posible, sus propias heridas vinculares, que se informen sobre el proceso de maduración cerebral, emocional, cognitivo y social de sus pequeños, que se descontaminen de las creencias sociales sobre la crianza que pueden llegar a ser desinformativas y nocivas, que no se castiguen mentalmente por los errores cometidos hasta ahora, que se contemplen a sí mismos como seres humanos que están aprendiendo y que son imperfectos (y por lo tanto no siempre podrán responder de manera sensible… y eso no está mal), que intenten comprender los sentimientos, pensamientos y deseos de sus niños y adolescentes para poder conectar con ellos, y que fortalezcan sus redes de apoyo.

Referencia bibliográfica:

Ainsworth, M. S., & Bowlby, J. (1991). An ethological approach to personality development. American psychologist, 46(4), pp. 333-341.
Ainsworth, M. S. (1989). Attachments beyond infancy. American psychologist, 44(4), pp. 709-716.
Bell, S. M., & Ainsworth, M. D. S. (1972). Infant crying and maternal responsiveness. Child development, pp. 1171-1190.
Bowlby, J. (1973). Attachment and loss: Separation: Anxiety and anger (Vol. 2), pp. 1-437.
Davies, P. T., & Cummings, E. M. (1994). Marital conflict and child adjustment: an emotional security hypothesis. Psychological bulletin, 116(3), pp. 387-411.
Siegel, D. J., & Bryson, T. P. (2015). Disciplina sin lágrimas: Una guía imprescindible para orientar y alimentar el desarrollo mental de tu hijo. B DE BOOKS.
Sroufe, A., Szteren, L., & Causadias, J. (2014). El apego como un sistema dinámico: fundamentos de la teoría del apego, en: Gómez de Cádiz, B., Causadias, J., & Posada, G. (2014). La teoría del apego. Investigaciones y aplicaciones clínicas, pp. 27-40.
Torres, B., Causadias, J. M., & Posada, G. (Eds.). (2014). La teoría del apego: investigación y aplicaciones clínicas. Psimática.
Waters, E., & Cummings, E. M. (2000). A secure base from which to explore close relationships. Child development, 71(1), pp. 164-172.

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