Guía básica de los tipos de terapia (parte III): humanista

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La terapia como práctica que nos permite conocer nuestras dificultades y, en consecuencia, aprender a afrontarlas y transitar con ellas durante nuestra vida implica también un componente personal y autónomo, o esto es lo que plantea la terapia humanista. Aquí te contamos al respecto.
Psicología y humanismo
Esta terapia se plantea en relación crítica y complementaria tanto al psicoanálisis como a las corrientes conductistas. Los padres de esta teoría plantean que las corrientes anteriores tienen enfoques acertados pero pasan por alto cuestiones esenciales, de modo que formulan una convergencia entre ambas vertientes que permite proponer un enfoque denominado como “humanista”.
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Los planteamientos de Carl Roger y Abraham Maslow son la base del humanismo psicológico, que consideran ciertos planteamientos de la filosofía existencialista y de la fenomenología a la hora de abordar el problema sobre la forma en que el ser humano conoce el mundo y lo habita. Es decir, parte de la idea de que la realidad no es experimentable en sí misma, de manera directa, sino solo mediante la subjetividad individual emocional e intelectual se pueden aproximar las experiencias vitales. En ese orden de ideas, para la psicología humanista, el ser humano es un individuo consciente, capaz de comprenderse, en constante desarrollo y cuyas elaboraciones y representaciones mentales y subjetivas son fuentes confiables y válidas para el entendimiento propio.
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De esta manera, la terapia humanista considera que el paciente es el elemento central del proceso terapéutico, de modo que él mismo está facultado para entender los porqués de su condición en el mundo y para mejorarla.
Práctica terapéutica
El rol del terapeuta en la terapia de enfoque humanista es poco intrusivo y opera más como un mediador o un facilitador en el proceso, de manera que se le traslada al sujeto tratado la posibilidad de encontrar por sí mismo las respuestas a las inquietudes que se plantea o que le representan conflicto.
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Este procedimiento “centrado en la persona”, práctica desarrollada por Rogers, plantea que se establezca una alianza entre el terapeuta y el paciente, sólida, auténtica, empática e incondicional en el sentido de que el terapeuta se ubica en el mismo nivel que el paciente, lo escucha, lo valora y no lo juzga. El paciente es un individuo confiable como el terapeuta, y ambos han de ser congruentes y honestos con lo que ello implica.